J. Goldsein y J. Kornfield – La conducta consciente: la práctica de los cinco preceptos

vipassana-goldsteinDel libro «Vipassana. El camino de la meditación interior», de J. Goldstein y J. Kornfield

 

La conducta consciente o virtuosa significa actuar respetuosa y armónicamente hacia toda forma de vida. Para desarrollar la práctica espiritual es absolutamente imprescindible que nuestra vida se asiente en una conducta ética. Si nuestras acciones generan sufrimiento y conflicto en los demás y en nosotros mismos será imposible que podamos aquietar, recoger y concentrar nuestra mente en la meditación y también será imposible que lleguemos a experimentar la apertura del corazón. Sólo aquella mente que se halle firmemente asentada en el altruismo y la verdad puede desarrollar fácilmente la concentración y la sabiduría.

El Buda subrayó cinco aspectos éticos fundamentales que contribuyen al desarrollo de una vida consciente, cinco preceptos básicos en los que deben adiestrarse todos aquéllos que aspiren a seguir el sendero de la atención plena. No obstante, estos preceptos no deben ser considerados como si se tratara de mandamientos absolutos sino que constituyen, por el contrario, directrices prácticas que nos ayudan a vivir de un modo más equilibrado y contribuyen, de este modo, a desarrollar la paz y el potencial de nuestra mente. Cuanto más trabajemos con ellos más descubriremos que tienen un carácter universal y que son aplicables a todas las culturas y a todas las situaciones. Estos preceptos constituyen un objeto fundamental de atención que no podemos dejar de cultivar en nuestra vida espiritual.

El primer precepto, abstenerse de quitar la vida -un aspecto que, en el Noble Óctuple Sendero, se encuadraría dentro del apartado de la acción correcta-significa que debemos respetar y reverenciar toda forma de vida, impidiendo que el rechazo o la aversión nos lleven a dañar a cualquier criatura viva.

Aunque lo que acabamos de decir parezca evidente, siempre nos las arreglamos para olvidarlo. Hace algunos años, el New Yorker publicó una tira cómica durante la temporada de caza en la que un ciervo se dirige a otro y le dice (refiriéndose a los seres humanos): « ¿Por qué no se dedican a diezmar a sus propias manadas?». El hecho es que encontramos justificaciones para todo como, por ejemplo, que hay demasiados ciervos pero, a medida que nos hacemos más conscientes y nos relacionamos más profundamente con la vida, más cuenta nos damos de que no debemos infligir el más mínimo daño a otros seres y, mucho menos, quitarles la vida. Nadie, ni siquiera la más pequeña de las criaturas, desea morir. Y cuando tratamos de llevar a la práctica este precepto no sólo dejamos de dañar a los demás sino que también dejamos de hacemos daño a nosotros mismos.

El segundo precepto, abstenerse de robar, quiere decir que no debemos tomar aquello que no nos pertenece. No robar también se denomina el no dañar fundamental. Debemos dejar de ser codiciosos y tratar de no acumular en exceso. En un sentido positivo significa también que debemos utilizar las cosas atenta y cuidadosamente y tomar conciencia de que estamos compartiendo la vida en este planeta. El mundo es como una gran nave que transporta a numerosos seres y para sobrevivir necesitamos tanto de las plantas como de los animales y de los insectos. Todos los seres tienen derecho a compartir los recursos de que dispone el planeta. Estamos íntimamente relacionados con las abejas, los insectos y los gusanos ya que, si no hubiera gusanos que oxigenaran el suelo ni abejas que polinizaran las cosechas, todos nosotros terminaríamos muriéndonos de hambre.

La estrecha interrelación existente entre todos los seres vivos hace que todos, hasta las abejas y los insectos más pequeños, sean necesarios. Si aprendemos a amar a la tierra nos sentiremos satisfechos y estaremos contentos con todo lo que hagamos. El origen de la auténtica ecología, el punto de partida que puede hacer posible la paz en este mundo, consiste en el sentimiento de pertenencia al planeta, el sentimiento de que todos procedemos del planeta y de que todos estamos estrechamente interrelacionados. Sólo a partir de este sentimiento de participación podremos comprometemos realmente y desarrollar un estilo de vida más generoso y más amable para con el mundo. El cultivo de la generosidad constituye, pues, un elemento esencial de la vida espiritual que, al igual que ocurre con el adiestramiento en los preceptos y en la meditación, puede ser practicado de modo que su espíritu informe todas nuestras acciones y haga que nuestros corazones se tomen más fuertes pero también más ligeros, lo cual, a su vez, nos posibilitará el acceso a niveles de mayor desprendimiento y felicidad. El Buda subrayó la importancia de la generosidad cuando dijo «Si supierais lo que yo sé sobre el poder de la generosidad no tomaríais un solo bocado sin tratar de compartirlo, de algún modo, con todos los seres vivientes».

Tradicionalmente se describen tres tipos de generosidad, pero cada uno de nosotros debe acometer la práctica en su propio nivel. Al principio, por ejemplo, la práctica de la generosidad se reduce a una mera tentativa, como cuando nos sobra algo y pensamos «No creo que esto me sirva de nada. Tal vez debiera dárselo a otra persona. Pero no, mejor lo guardaré para el año que viene, aunque, después de todo, será mejor que se lo dé a alguien». Pero aun este rudimentario nivel de generosidad es positivo porque no sólo nos proporciona cierta satisfacción sino que, además, puede servir de ayuda a otra persona. Este tipo de generosidad es, en definitiva, una forma de compartir y de relacionamos con los demás.

El siguiente nivel de la generosidad consiste en dar amablemente. Es como si pidiéramos a nuestra hermana o hermano que compartiera lo que nosotros tenemos, que disfrutara con aquello que nos proporciona placer. Compartir abiertamente nuestro tiempo, nuestra energía y nuestras posesiones es una tarea muy hermosa. El hecho es que no necesitamos acumular demasiadas cosas para ser felices sino que es la relación que establecemos con el flujo cambiante de la vida lo que determina, en última instancia, nuestro grado de felicidad o de sufrimiento. La felicidad sólo dimana de nuestro propio corazón.

El tercer nivel de la generosidad consiste en dar con amabilidad y bondad. En este caso, tomamos algo -ya sea nuestro tiempo, nuestra energía o un objeto que valoremos-y se lo ofrecemos a alguien diciéndole «Quisiera que tú también disfrutaras de esto». En este  caso, es como si nuestra propia felicidad dependiera del hecho de ser capaces de compartir nuestras posesiones. El aprendizaje de este tipo de generosidad es un proceso muy hermoso.

Pero aprender a ser más generosos y a compartir nuestro tiempo, nuestra energía, nuestras posesiones y nuestro dinero no significa, en modo alguno, que debamos hacerlo para acomodarnos a una imagen ideal de nosotros mismos o porque queramos complacer a alguna autoridad externa sino porque comprendemos que la generosidad es una de las causas de la felicidad. Tampoco estamos diciendo, por supuesto, que debamos despojamos de todas nuestras posesiones ya que eso sería desproporcionado y también debemos mostrarnos compasivos y generosos, en definitiva, con nosotros mismos. La comprensión del poder de la práctica de este tipo de apertura es algo muy especial y, de hecho, constituye un verdadero privilegio.

El tercer precepto de la conducta consciente -que en el Noble Óctuple Sendero se denomina el habla correcta o literalmente no mentir-consiste en abstenemos de las palabras falsas. Dicho de otro modo, sólo debemos decir aquello que sea verdadero y útil y tratar siempre de hablar de un modo inteligente, responsable y apropiado. El habla correcta nos plantea una cuestión crucial ya que exige de nosotros que seamos conscientes de la forma en que utilizamos la energía de las palabras. Invertimos una enorme cantidad de tiempo hablando, analizando, discutiendo, planificando y chismorreando y la mayor parte de este tiempo no estamos atentos ni conscientes. Sin embargo, es posible utilizar la palabra para desarrollar nuestra atención. Podemos estar atentos a lo que hacemos mientras hablamos y tratar de ser conscientes de nuestras motivaciones y de cómo nos sentimos y, del mismo modo, también podemos estar atentos cuando escuchamos. Debemos tratar de ajustar nuestras palabras a la verdad o a lo que nos parezca más adecuado o más útil. De este modo, la práctica de la atención plena nos ayudará a descubrir el verdadero poder de la palabra.

En cierta ocasión fue requerida la presencia de un maestro para que tratara de curar a un niño enfermo y el maestro se limitó a pronunciar una breve plegaria. Entre los presentes se hallaba una persona escéptica que manifestó abiertamente sus dudas con respecto a la eficacia de aquel sistema curativo tan poco ortodoxo. Entonces el maestro se giró hacia él y le espetó: « ¡Tú no sabes nada sobre este asunto. Eres un auténtico ignorante! ». La persona se enojó con esa respuesta y su rostro se congestionó por la ira y, cuando estaba a punto de responder, el maestro prosiguió: «Si unas pocas palabras tienen el poder de hacerte enfadar hasta ese punto ¿por qué no iban a tener otras palabras el poder de curar?».

La palabra tiene un poder extraordinario y puede ser destructiva o esclarecedora, puede convertirse en una crítica mezquina o manifestarse, por el contrario, como una comunicación compasiva. Lo único que se requiere es que permanezcamos atentos y dejemos que las palabras manen de la profundidad de nuestro corazón. Cuando somos sinceros y sólo decimos aquello que puede servir de ayuda, la gente se siente atraída por nosotros. Ser conscientes y honestos aquieta y abre nuestra mente y fomenta la paz y la felicidad de nuestro corazón.

El cuarto precepto, abstenerse de la conducta sexual inapropiada, nos recuerda que no debemos utilizar nuestros deseos sexuales de modo que podamos causar daño a los demás, lo cual nos obliga a ser responsables y honestos en nuestras relaciones sexuales. En una época en la que las relaciones y los valores sexuales cambian de continuo es necesario ser conscientes del uso que hagamos de ese potencial. Si la energía sexual está ligada al apego, la codicia, la explotación y la compulsión, llevaremos a cabo acciones -como el adulterio, por ejemplo-que resultarán perjudiciales tanto para los demás como para nosotros mismos. Este tipo de acciones generan mucho sufrimiento y su ausencia, por el contrario, va acompañada de un gran gozo.

El espíritu de este precepto nos obliga a investigar las motivaciones que subyacen a cada una de nuestras acciones. Y este tipo de atención nos permite (como laicos) conectar la sexualidad con el corazón y convertirla así en una expresión de amor, de respeto y de auténtica intimidad. La vida sexual de casi todos nosotros ha atravesado por algún período de locura pero también es posible utilizar el sexo para establecer contacto con la belleza y relacionarnos profundamente con otra persona. La sexualidad consciente constituye, de este modo, una parte esencial de una vida plenamente atenta.

El quinto precepto, abstenerse del uso indiscriminado de intoxicantes, significa que debemos evitar tomar substancias intoxicantes y no permitir que entorpezcan el normal funcionamiento de nuestra mente y que consuman la mayor parte de nuestras vidas impidiéndonos desarrollar la atención y la lucidez. Sólo tenemos una mente y, por consiguiente, debemos cuidarla con toda la atención de que seamos capaces. En nuestro país hay millones de alcohólicos y un gran número de personas que han abusado de otras drogas, pero el uso inconsciente y temerario de los productos intoxicantes no sólo les ha reportado un sufrimiento extraordinario sino que también ha afectado a sus familias y a todas las personas con las que han entrado en contacto. No es fácil vivir conscientemente ya que ello requiere hacer frente a todos los sufrimientos y temores que ponen a prueba nuestro corazón pero el abuso de los intoxicantes no es, qué duda cabe, el mejor camino para conseguirlo.

Para ingresar en una dimensión plenamente humana y para asentar adecuadamente nuestra vida espiritual es preciso llevar la conciencia a todas las acciones que realizamos en el mundo, incluidas las palabras y, evidentemente, el uso de intoxicantes. Sólo estableciendo unas relaciones armónicas y positivas con el mundo podremos sosegar nuestro corazón y clarificar y estabilizar nuestra mente. La conducta virtuosa proporciona una gran felicidad y liberación y es un requisito esencial para la meditación. Este tipo de conducta amplía nuestra conciencia, impide que desperdiciemos la oportunidad extraordinaria que conlleva nuestra condición humana y nos brinda la posibilidad de aumentar la compasión y la auténtica comprensión.

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