(Del libro : “TAO TE KING” de Lao Tse, Editorial Ricardo Aguilera)
I
El Tao que puede ser expresado
no es el verdadero Tao.
El nombre que se le puede dar
no es su verdadero nombre.
Sin nombre es el principio del universo;
y con nombre, es la madre de todas las cosas.
Desde el no-ser comprendemos su esencia;
y desde el ser, sólo vemos su apariencia.
Ambas cosas, ser y no-ser, tienen el mismo
origen, aunque distinto nombre.
Su identidad es el misterio.
Y en este misterio
se halla la puerta de toda maravilla.
II
Todo el mundo toma lo bello por lo bello,
y por eso conocen qué es lo feo.
Todo el mundo toma el bien por el bien,
y por eso conocen qué es el mal.
Porque, el ser y el no-ser se engendran mutuamente.
Lo fácil y lo difícil se complementan.
Lo largo y lo corto se forman el uno de otro.
Lo alto y lo bajo se aproximan.
El sonido y el tono armonizan entre sí.
El antes y el después se suceden recíprocamente.
Por eso, el sabio adopta la actitud de no-obrar
y practica una en sin palabras.
Todas las cosas aparecen sin su intervención.
Nada usurpa ni nada rehúsa.
Ni espera recompensa de sus obras,
ni se atribuye la obra acabada,
y por eso, su obra permanece con él.
III
No ensalzar los talentos
para que el pueblo no compita.
No estimar lo que es difícil de adquirir
para que el pueblo no se haga ladrón.
No mostrar lo codiciable
para que su corazón no se ofusque.
El sabio gobierna de modo que
vacía el corazón,
llena el vientre,
debilita la ambición,
y fortalece los huesos.
Así evita que el pueblo tenga saber
ni deseos,
para que los más astutos
no busquen su triunfo.
Quien practica el no-obrar todo
lo gobierna.
IV
El Tao es vacío,
imposible de colmar,
y por eso, inagotable en su acción.
En su profundidad reside el origen
de todas las cosas.
Suaviza sus asperezas,
disuelve la confusión,
atempera su esplendor,
y se identifica con el polvo.
Por su profundidad parece ser eterno.
No sé quién lo concibió,
pero es más antiguo que los dioses.
V
El universo no tiene sentimientos;
todas las cosas son para él como perros de paja.
El sabio no tiene sentimientos;
el pueblo es para él como un perro de paja.
El universo es como un fuelle,
vacío, pero nunca agotado.
Cuanto más se mueve,
más produce.
Quien más habla
menos le comprende.
Es mejor incluirse en él.
VI
El espíritu del valle no muere.
Es la hembra misteriosa.
La puerta de lo misterioso femenino
es la raíz del universo.
Ininterrumpidamente, prosigue
su obra sin fatiga.
VII
El cielo es eterno y la tierra permanece.
El cielo y la tierra deben su eterna duración
a que no hacen de sí mismos
la razón de su existencia.
Por ello son eternos.
El sabio se mantiene rezagado
y así es antepuesto.
Excluye su persona
y su persona se conserva.
Porque es desinteresado
obtiene su propio bien.
VIII
La suprema bondad es como el agua.
El agua todo lo favorece y a nada combate.
Se mantiene en los lugares
que más desprecia el hombre
y,.así, está muy cerca del Tao.
Por esto, la suprema bondad es tal que,
su lugar es adecuado.
Su corazón es profundo.
Su espíritu es generoso.
Su palabra es veraz.
Su gobierno es justo.
Su trabajo es perfecto.
Su acción es oportuna.
Y no combatiendo con nadie,
nada se le reprocha.
IX
Más vale renunciar antes que sostener
en la mano un vaso lleno
sin derramarlo.
La espada que usamos y afilamos
continuamente
no conservará mucho tiempo su hoja.
Una sala llena de oro y jade
nadie la puede guardar.
Quien se enorgullece de sus riquezas
atrae su propia desgracia.
Retirarse de la obra acabada,
del renombre conseguido,
esa es la ley del cielo.
X
Unir cuerpo y alma en un conjunto
del que no puedan disociarse.
Dominar la respiración hasta hacerla
tan flexible como la de un recién nacido.
Purificar las visiones hasta
dejarlas limpias.
Querer al pueblo y gobernar el Estado
practicando el no-hacer.
Abrir y cerrar las puertas del cielo
siendo como la mujer.
Conocer y comprenderlo todo
usar la inteligencia.
Engendrar y criar,
engendrar sin apropiarse,
obrar sin pedir nada,
guiar sin dominar,
esta es la gran virtud.
XI
Treinta radios convergen en el centro
de una rueda,
pero es su vacío
lo que hace útil al carro.
Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
pero de su vacío
depende el uso de la vasija.
Se abren puertas y ventanas
en los muros de una casa,
y es el vacío
lo que permite habitaría.
En el ser centramos nuestro interés,
pero del no-ser depende la utilidad.
XII
Los cinco colores ciegan al hombre.
Los cinco sonidos ensordecen al hombre.
Los cinco sabores embotan al hombre.
La carrera y la caza ofuscan al hombre.
Los tesoros corrompen al hombre.
Por eso, el sabio atiende al vientre
y no al ojo.
Por eso, rechaza esto y prefiere aquello.
XIII
El favor y la desgracia inquietan por igual.
La fortuna es un gran dolor como nuestro cuerpo.
¿Qué quiere decir: favor y desgracia inquietan por
igual ?
El favor eleva y la desgracia abate.
Conseguir el favor es la inquietud.
Perderlo es la inquietud.
Este es el sentido de «favor y desgracia inquietan por
igual»
¿Qué quiere decir: la fortuna es un gran dolor como
nuestro cuerpo?
La causa por la que padezco dolor es mi propio cuerpo.
Si no lo tuviese,
¿qué dolor podría sentir?
Por esto, quien estime al mundo igual a la fortuna de
su propio cuerpo,
puede gobernar el mundo.
Quien ame al mundo como a su propio cuerpo,
se le puede confiar el mundo.
XIV
Se le llama invisible porque mirándole
no se le ve.
Se le llama inaudible porque escuchándole
no se le oye.
Se le llama impalpable porque tocándole
no se le siente.
Estos tres estados son inescrutables
y se confunden en uno solo.
En lo alto no es luminoso,
en lo bajo no es oscuro.
Es eterno y no puede ser nombrado,
retorna al no-ser de las cosas.
Es la forma sin forma
y la imagen sin imagen.
Es lo confuso e inasible.
De frente no ves su rostro,
por detrás no ves su espalda.
Quien es fiel al Tao antiguo
domina la existencia actual.
Quien conoce el primitivo origen
posee la esencia del Tao.
XV
Los sabios perfectos de la antigüedad
eran tan sutiles, agudos y profundos
que no podían ser conocidos.
Puesto que no podían ser conocidos,
sólo se puede intentar describirlos:
Eran prudentes, como quien cruza un arroyo en in-
vierno;
cautos, como quien teme a sus vecinos por todos lados;
reservados, como un huésped;
inconstantes, como el hielo que se funde;
compactos, como un tronco de madera;
amplios, como un valle;
confusos, como el agua turbia.
¿Quién puede, en la quietud, pasar lentamente de lo
turbio a la claridad?
¿Quién puede, en el movimiento, pasar lentamente
de la calma a la acción?
Quien sigue este Tao
no desea ser pleno.
No siendo pleno
puede quedar en lo viejo
sin renovarse.
XVI
Alcanza la total vacuidad
para conservar la paz.
De la aparición bulliciosa de todas las cosas,
contempla su retorno.
Todos los seres crecen agitadamente,
pero luego, cada una vuelve a su raíz.
Volver a su raíz es hallar el reposo.
Reposar es volver a su destino.
Volver a su destino es conocer la eternidad.
Conocer la eternidad es ser iluminado.
Quien no conoce la eternidad
camina ciegamente a su desgracia.
Quien conoce la eternidad
da cabida a todos.
Quien da cabida a todos es grandioso.
Quien es grandioso es celestial.
Quien es celestial es como Tao
Quien es como el Tao es perdurable.
Aunque su vida se extinga, no perece.
XVII
El gran gobernante pasa inadvertido por el pueblo.
A éste sucede el que es amado y elogiado por el pueblo.
Después, el que es temido.
Y finalmente, el despreciado.
Si no hay una confianza total,
se obtiene la desconfianza.
El gran gobernante practica el no-hacer
y así, a la obra acabada sigue el éxito.
Entonces, el pueblo cree vivir según su propia ley.
XVIII
Cuando se abandona el Tao
aparecen la bondad y la justicia.
Con la inteligencia y la astucia
surgen los grandes hipócritas.
Cuando no existe armonía entre los seis parientes,
se necesita la piedad filial y el amor paternal.
Cuando hay revueltas en el reino,
se inventa la fidelidad del buen súbdito.
XIX
Rechaza la sabiduría y el conocimiento,
y aprovechará cien veces más al pueblo.
Rechaza la benevolencia y desecha la justicia,
y el pueblo volverá a la piedad y el amor.
Rechaza la habilidad y su provecho,
y no habrá más bandidos ni ladrones.
Pero estas tres normas no bastan.
Por esto, atiende a lo sencillo. y genuino, reduce tu
egoísmo, y restringe los deseos.
XX
Suprime el estudio y no habrá preocupaciones.
¿Qué diferencia hay entre el sí y el no?
¿Qué diferencia hay entre el bien y el mal?
No es posible dejar de temer
lo que los hombres temen.
No es posible abarcar todo el saber.
Todo el mundo se enardece y disfruta,
como cuando se presencia un gran sacrificio,
o como cuando se sube a una torre en primavera.
Sólo yo quedo impasible,
como el recién nacido que aún no sabe sonreír.
Como quien no sabe adónde dirigirse,
como quien no tiene hogar.
Todo el mundo vive en la abundancia,
sólo yo parezco desprovisto.
Mi espíritu está turbado
como el de un ignorante.
Todo el mundo está esclarecido,
sólo yo estoy en tinieblas.
Todo el mundo resulta penetrante,
sólo yo soy torpe.
Como quien deriva en alta mar.
Todo el mundo tiene algo que hacer,
sólo yo soy un inútil.
Sólo yo soy diferente a todos los demás
porque aprecio a la Madre que me nutre.
XXI
La grandeza de toda virtud
reside en su fidelidad al Tao.
El Tao es algo confuso e intangible.
Es confuso e intangible, pero tiene formas.
Es confuso pero brillante porque abarca muchas cosas.
Es profundo y oscuro pero contiene una esencia.
Esta esencia es verdadera.
Desde los tiempos más remotos conserva invariable su nombre.
Es el origen de todos los seres.
¿Cómo conocer el origen de todos los seres?
Por esto mismo.
XXII
Lo humillado será engrandecido.
Lo inclinado será enderezado.
Lo vacío será lleno.
Lo envejecido será renovado.
Lo sencillo y puro será alcanzado,
pero lo complicado y extenso causará confusión.
Por esto, el sabio abraza la unidad
y es el modelo del mundo.
Destaca porque no se exhíbe.
Brilla porque no se guarda.
Merece honores, porque no se ensalza.
Posee el mando, porque no se impone.
Nadie le combate porque él a nadie hace la guerra.
¿Son acaso vanas las palabras del antiguo proverbio:
«lo humillado será engrandecido»?
Por esto mismo, el sabio preservará su grandeza.
XXIII
Hablar poco es lo natural.
Un huracán no dura toda la mañana.
Un aguacero no dura todo el día.
¿Quién hace estas cosas?
El cielo y la tierra.
Sí las cosas del cielo y la tierra
no pueden durar eternamente,
¿cómo las cosas del hombre?
Así, quien sigue el Tao
se une al Tao.
Quien sigue la virtud,
se une a la virtud.
Quien sigue el defecto,
se une al defecto.
Quien se identifica con una de estas cosas,
por ella es acogido.
Pero a esto no se da suficiente crédito.
XXIV
Quien se sostiene de puntillas no permanece mucho
tiempo en pie.
Quien da largos pasos no puede ir muy lejos.
Quien se exhibe carece de luz.
Quien se alaba no brilla.
Quien se ensalza no merece honores.
Quien se glorifica no llega.
Para Tao, estos excesos,
son como excrecencias y restos de comida que a todos
repugnan.
Por eso, quien posee el Tao
no se detiene en ellos.
XXV
Antes aún que el cielo y la tierra
ya existía un ser inexpresable.
Es un ser vacío y silencioso, libre,
inmutable y solitario.
Se encuentra en todas partes
y es inagotable.
Puede que sea la Madre del universo.
No sé su nombre,
pero lo llamo Tao.
Si me esfuerzo en nombrarlo
lo llamo «grande».
Es grande porque se extiende.
Su expansión le lleva lejos.
La lejanía le hace retornar.
El Tao, pues, es grande y el cielo es grande.
La tierra es grande y también lo es el hombre.
En el universo hay cuatro cosas grandes,
y el hombre del reino es una de ellas.
El hombre sigue la ley de la tierra.
La tierra sigue la ley del cielo.
El cielo sigue la ley del Tao.
El Tao sigue su propia ley.
XXVI
Lo pesado es la raíz de lo ligero.
La calma somete a lo agitado.
Así, el sabio cuando viaja
no se aleja de la caravana.
Aunque pueda disfrutar de las cosas más excelsas,
conserva su paz y se hace superior.
¿Cómo el dueño de diez mil carros
puede obrar con ligereza en el imperio?
Quien se comporta ligeramente
pierde la raíz de su poder.
Quien se ofusca,
se pierde a sí mismo.
XXVII
Un buen caminante no deja huellas.
Un buen orador no se equivoca ni ofende.
Un buen contable no necesita útiles de cálculo.
Un buen cerrajero no usa barrotes ni cerrojos,
y nadie puede abrir lo que ha cerrado.
Quien ata bien no utiliza cuerdas ni nudos,
y nadie puede desatar lo que ha atado.
Así, el sabio que siempre ayuda a los hombres,
no los rechaza.
El sabio que siempre conserva las cosas,
no las abandona.
De él se dice que está deslumbrado por la luz.
Por esto, el hombre bueno no se considera maestro
de los hombres;
y el hombre que no es bueno estima como buenas las
cosas de los hombres.
No amar el magisterio ni la materia de los hombres,
y aparentar ignorancia, siendo iluminado,
éste es el secreto de toda maravilla.
XXVIII
Quien conoce su esencia masculina,
y se mantiene en el principio femenino,
es como el arroyo del mundo.
Mientras sea como el arroyo del mundo
la virtud eterna no lo abandonará,
y retornará a la infancia.
Quien conoce su propia blancura,
y se mantiene en la oscuridad,
es como ser el modelo del mundo.
Mientras sea como el modelo del mundo,
la virtud eterno no se alterará en él,
y retornará a lo absoluto.
Quien conoce su gloria,
y se mantiene en la desgracia,
es como el valle del mundo.
Mientras sea como el valle del mundo
la virtud eterna le colmará
y retornará a la sencillez.
Lo sencillo, cuando se divide,
modela todos los útiles.
El sabio, cuando gobierna
rige a todos los ministros
y así conserva la unidad.
XXIX
Quien pretende el gobierno del mundo
y transformar éste,
se encamina al fracaso.
El mundo es. un vaso espiritual que no se puede ma-
nipular.
Quien lo manipula lo empeora,
quien lo tiene lo pierde.
Porque, en las cosas,
unas van por delante, otras detrás.
Unas soplan suavemente, otras con fuerza.
Unas son vigorosas, otras débiles.
Unas permanecen, otras caen.
Por esto, el sabio rechaza todo exceso,
evita lo pródigo
y rebaja toda exhuberancia.
XXX
Quien gobierna ateniéndose a Tao
no acosa al mundo con las armas
porque es un uso que tiende a retomar.
Donde acamparon las tropas
sólo pueden nacer espinas y zarzas,
y tras los ejércitos, vienen los años de miseria.
Así, el hombre bueno se conforma con lo obtenido
sin usar la violencia.
Y todo lo toma sin enorgullecerse,
sin jactancia,
sin obstinación,
sin enriquecerse.
Porque, las cosas, cuando han llegado a su madurez
empiezan a envejecer.
Esto ocurre a todo lo opuesto a Tao.
XXXI
Las armas son instrumentos nefastos.
El hombre de Tao nunca se sirve de ellas.
El hombre de bien considera la izquierda como sitio
de honor,
pero permanece a la derecha cuando porta armas.
Las armas son instrumentos nefastos,
no adecuados para el hombre de bien.
Sólo las usa en caso de necesidad,
y lo hace comedidamente,
sin alegría en la victoria.
El que se alegra de vencer
es el que goza con la muerte de los hombres.
Y quien se complace en matar hombres
no puede prevalecer en el mundo.
Para los grandes acontecimientos
el sitio de honor es la izquierda,
y la derecha para los hechos luctuosos.
El segundo jefe se coloca a la izquierda,
y el primer jefe a la derecha, que es el lugar reservado
en los ritos fúnebres.
Quien haya matado
debe llorar con dolor y tristeza.
La victoria en la guerra
debe seguir el rito funerario.
XXXII
El Tao, en su eternidad, carece de nombre.
Aunque mínimo en su unidad,
el mundo no puede contenerla.
Si los príncipes y los reyes
pudieran permanecer en el Tao
todos los seres se les someterían.
El cielo y la tierra
se unirían para llover dulce rocío
El pueblo, sin gobierno
por sí mismo se ordenaría con equidad.
Cuando en el principio se dividió, dando formas a
a todas las cosas,
tuvo nombres.
Con los nombres supo contenerse,
y así, no corre peligro.
El Tao es al universo
como los riachuelos y los valles son respecto a los
ríos y al mar.
XXXIII
El que conoce a los demás es inteligente.
El que se conoce a sí mismo es iluminado.
El que vence a los demás es fuerte.
El que se vence a sí mismo es la fuerza.
El que se contenta es rico.
El que se esfuerza sin cesar es voluntarioso.
El que permanece en su puesto, vive largamente
El que muere y no perece, es eterno.
XXIV
El gran Tao es como río que fluye en todas las direc-
ciones.
Todos los seres le deben la existencia
y él a ninguno se la niega.
Cuando realiza su obra, no se la apropia.
Cuida y alimenta a todos los seres sin adueñarse de
ellos.
Carece de ambiciones,
por eso puede ser llamado pequeño.
Todos los seres retornan a él sin que los reclame,
y por eso puede ser llamado grande.
De la misma forma, el sabio nunca se considera grande,
y así, perpetúa su grandeza.
XXXV
El que guarda la Gran Forma
es el modelo del mundo.
El mundo no sufre mal alguno
y queda en paz, prosperidad y equilibrio.
La música y los manjares
detienen al caminante,
pero lo que exhala el Tao
no tiene sabor.
Se mira el Tao y no complace a la vista.
Se escucha el Tao y no complace al oído.
Se bebe del Tao y es inagotable.
XXXVI
Quien quiera contraer
algo, antes debe extenderlo.
Quien quiera debilitar algo,
antes debe fortalecerle.
Quien quiera destruir algo,
antes debe levantarlo.
Quien quiera obtener algo,
antes debe haberlo dado.
Así es el misterio profundo.
Lo tierno y lo débil
vencen lo duro y fuerte.
No debe salir el pez de ‘a profundidad de las aguas.
Ni deben exhibirse los objetos más valiosos del reino.
XXXVII
El Tao, por su naturaleza, no actúa,
pero nada hay que no sea hecho por él.
Si los príncipes y los reyes
pudieran adherírsele,
todos los seres evolucionarían por sí mismos.
Si al evolucionar
apareciera el deseo de obrar,
yo lo mantendría en la simplicidad sin nombre.
En la simplicidad sin nombre no existe el deseo.
Sin deseos es posible la paz
y el mundo se ordena por sí mismo.
XXXVIII
La virtud superior no se precia de virtuosa,
esa es su virtud.
La virtud inferior aprecia su propia virtud,
por eso no tiene virtud.
La virtud superior no actúa
ni tiene objetivos que alcanzar.
La virtud inferior actúa
y tiene objetivos que alcanzar.
La bondad superior actúa
y no tiene objetivos.
La justicia superior actúa
y tiene objetivos.
El rito superior actúa
y, si no halla respuesta, la fuerza.
Así, perdido el Tao, queda la virtud.
Perdida la virtud, queda la bondad.
Perdida la bondad, queda la justicia.
Perdida la justicia, queda el rito.
El rito es sólo apariencia de fidelidad
y origen de todo desorden.
El conocimiento es sólo flor del Tao
y origen de la necedad
Así, el hombre grande
observa lo profundo y no lo superficial.
Se atiene al fruto y no a la flor,
rechaza esto y prefiere aquello.
XXXIX
Lo que antiguamente llegó a la unidad:
El cielo, en su unidad, obtiene la claridad.
La tierra, en su unidad, se torna quieta.
Los espíritus, en su unidad, se hacen poderosos.
El valle, en su unidad, se vuelve lleno.
Todos los seres, en su unidad, se reproducen.
Los príncipes y los soberanos, en su unidad, pueden
gobernar el mundo.
Si el cielo no fuera claro, se descompondría.
Si la tierra no fuera estable, se derrumbaría.
Si los espíritus no fueran poderosos, perecerían.
Si el valle no fuera pleno, desaparecería
Si los seres no se procrearan, se extinguirían.
Si los príncipes y reyes no destacasen, perderían el
gobierno.
Así, la nobleza tiene su raíz en la vileza.
Lo alto tiene por fundamento lo bajo.
Por esto los soberanos se llaman a sí mismos
«el huérfano», «el indigno», «el pobre».
¿No es esto considerar al humilde como su raíz?
El honor máximo es de aquel que no lo pretende.
No se debe preferir ser como el jade,
sino como el más vulgar guijarro.
XL
El retorno es el movimiento del Tao.
La debilidad es la manifestación del Tao.
Todos los seres han nacido del Ser
y el Ser ha nacido del no-ser.
XLI
El espíritu superior que oye hablar del Tao,
lo practica con diligencia.
El espíritu mediocre que oye hablar del Tao,
tanto lo conserva como lo pierde.
El espíritu inferior que oye hablar del Tao,
ríe ruidosamente.
Y, por esta risa, se conoce la grandeza del Tao.
Lo dice el proverbio:
Iluminar con el Tao es como oscurecer.
Progresar con el Tao es como retroceder.
Engrandecer con el Tao es como vulgarizar.
La virtud superior es semejante a un valle en su
oquedad.
El supremo candor es semejante a la ignominia.
La vasta virtud es insuficiente.
La virtud ya fundada es indolente.
La virtud más pura es como un adulterio.
El Tao es como un gran cuadrado que no tiene ángulos,
como una gran vasija que se elabora lentamente,
como un gran sonido de escasa tonalidad,
como un gran cuerpo sin forma.
El Tao es oculto y sin nombre.
Pero el Tao es generoso y realiza todos los seres.
XLII
El Tao engendra el Uno,
el Uno engendra el dos,
el dos engendra el tres.
El tres engendra todos los seres.
Todos los seres llevan la sombra a sus espaldas
y la luz en los brazos.
Y el aliento de la nada resuelve la armonía.
Aquello que el hombre aborrece,
la soledad, la pobreza, la indignidad,
es el título requerido por los soberanos.
Porque lo que se disminuye crece
y lo que se engrandece es disminuido.
Yo enseño lo que otros han enseñado:
«el hombre violento no tendrá una muerte natural».
Esta es la guía de mi enseñanza.
XLIII
Lo más blando del mundo
vence a lo más duro.
La nada penetra donde no hay resquicio.
Por esto conozco la utilidad de la no-acción.
Enseñanza sin palabras.
Eficacia en la no-acción.
Pocos en el mundo llegan a comprenderlo.
XLIV
¿Qué es más íntimo a nuestra naturaleza,
la fama o el propio cuerpo?
¿Qué es más apreciable, la salud o la riqueza?
¿Qué nos duele más,
ganar una cosa o perder la otra?
Quien mucho estima su nombre, despilfarra su amor.
Quien mucho acapara, mucho pierde.
Quien se contenta con poco nunca es agraviado.
Quien se contiene no sufre peligros y vivirá larga-
mente.
XLV
La mayor perfección es de apariencia imperfecta,
pero su acción es inagotable.
La mayor plenitud es de apariencia vacía,
pero su acción es inagotable.
La mayor rectitud es en apariencia retorcida.
La mayor habilidad es en apariencia torpe.
La mayor elocuencia es en apariencia incongruente.
El movimiento vence al frío.
La quietud vence al calor.
La quietud absoluta es la norma del mundo.
XLVI
Cuando el Tao reina en el mundo
los caballos de guerra acarrean estiércol.
Cuando no hay Tao en el mundo
los caballos de guerra abundan en los arrabales.
No hay mayor error que consentir los deseos.
No hay mayor desgracia que ser insaciable.
No hay mayor vicio que ser codicioso.
Quien sabe contentarse
siempre está saciado.
XLVII
Sin salir de la puerta
se conoce el mundo.
Sin mirar por la ventana
se ve el camino del cielo.
Cuanto más lejos se va,
menos se aprende.
Así, el sabio,
no da un paso y llega,
no mira y conoce,
no actúa y cumple.
XLVIII
Por el estudio se acumula día a día.
Por el Tao se disminuye día a día.
Disminuyendo cada vez más
se llega a la no-acción.
Por la no-acción
nada se deja sin hacer.
El mundo siempre se ha ganado sin acción.
La acción no es suficiente para ganar el mundo.
XLIX
El sabio no tiene un espíritu constante.
Hace suyo el espíritu del pueblo.
Ama a los buenos
y también a los que no son buenos,
y así consigue la bondad.
Confía en el sincero
y también en los que no son sinceros,
y así consigue la fidelidad.
El sabio vive en el respeto de todos.
A todos reúne en su espíritu.
El pueblo vuelve hacia él sus ojos y acerca sus oídos,
y el sabio los trata como a niños.
L
Vivir es llegar y morir es volver.
Tres hombres de cada diez caminan hacia la vida.
Tres hombres de cada diez caminan hacia la muerte.
Tres hombres de cada diez mueren en el ansia de vivir.
¿Cómo puede sobrevivir el décimo hombre?
He oído decir que quien sabe cuidarse
viaja sin temor al rinoceronte
ni al tigre,
y va desarmado al combate.
El rinoceronte no encuentra donde hincarle el cuerno,
ni el tigre donde clavarle su garra,
ni el arma donde hundir su filo.
¿Por qué?
Porque en él nada puede morir.
LXI
Un gran reino es un cauce profundo
hacia el que todo fluye.
Es la hembra del mundo.
La hembra, por su quietud, vence al macho y permanece abajo.
Un gran reino se humilla ante el pequeño,
y así lo posee.
Un reino pequeño se humilla ante el grande,
y así se engrandece.
Uno vence humillándose
y el otro quedando abajo.
El gran reino desea reunir y criar.
El pequeño reino desea servir.
Para provecho de ambos y el logro de sus deseos,
el más grande debe mantenerse abajo.
LXII
El Tao es lo más profundo de todos los seres.
Es el tesoro del hombre bueno,
y el amparo del que no es bueno.
Las bellas palabras ganan honores,
los bellos actos elevan al hombre.
Así, al coronarse un emperador, y nombrar a sus tres
ministros,
mejor que llevar jade en las manos,
y presentar la cuadriga,
vale más cumplir con Tao.
Los antiguos estimaban a Tao porque quien busca su
posesión, aleja la culpa.
Pero esto, es lo más valioso del mundo.
LXIII
Actuar y no actuar,
realizar y no realizar,
sabroso e insípido,
grande y pequeño,
mucho y poco,
en todo rige la virtud.
Acomete la dificultad por su lado más fácil.
Ejecuta lo grande comenzando por lo más pequeño.
Las cosas más difíciles se hacen siempre abordándolas
en lo que es más fácil,
y las cosas grandes en lo que es más pequeño.
El sabio no emprende grandes cosas,
y en ello está su propia grandeza.
El que promete a la ligera
merece poco crédito.
El que todo lo encuentra fácil
difícil le será todo.
Por esto, el sabio en todo considera la dificultad,
y en nada la halla.
LXIV
Lo que está en reposo es fácil de retener.
Lo que no ha sucedido es fácil de resolver.
Lo que es frágil es fácil de romper.
Lo que es menudo es fácil de dispersar.
Prevenir antes de que suceda,
y ordenar antes de la confusión.
El árbol que casi no puede rodearse con los brazos,
brotó de un germen minúsculo.
La torre de nueve pisos,
comenzó por un montón de tierra. El viaje de mil [ li ],
empezó con un paso.
Quien actúa, fracasa.
Quien tiene, pierde,
Por esto, el sabio nada hace y no fracasa;
nada posee, y nada pierde.
El hombre suele malograr la obra cuando va a concluirla.
Cuidando del final como del principio,
ninguna obra se perdería.
Por esto, el sabio aspira a no desear nada
y a despreciar lo valioso.
Aprende a no aprender,
regresa por el camino que los demás ya han recorrido,
y así, sin atreverse a obrar,
favorece la evolución natural de todos los seres.
LXV
Los antiguos que seguían el Tao
no esclarecían con ello al pueblo;
lo conservaban, por el contrario, en su sencillez.
Si un pueblo es difícil de gobernar,
es culpa de los avispados.
Quien gobierna con la inteligencia
arruina el Estado.
Quien gobierna sin servirse de la astucia
enriquece el Estado.
Conocer estas dos cosas
es conocer la verdadera norma.
Conocer esta norma
es poseer la misteriosa virtud.
La misteriosa virtud es profunda y extensa;
es lo inverso a todas las cosas,
pero por ella todo se armoniza.
LXVI
Los ríos y los mares son los reyes de los Cien Valles
porque se mantienen abajo.
Por esto, pueden ser reyes de todos los valles.
Así, el sabio que quiere ser superior al hombre
se rebaja en sus palabras.
Para ser la cabeza del pueblo,
se queda atrás.
Así, el sabio permanece arriba
y el pueblo no siente su peso.
Conserva el primer puesto
y no molesta al pueblo.
Todo el mundo lo alza con entusiasmo sin cansarse
de él.
Como a nadie combate
nadie le ataca.
LXVII
En el mundo todos dicen que soy grande
y no lo parezco.
Porque soy grande
no lo parezco.
Si lo pareciera hubiera dejado de serio,
y hace mucho tiempo que sería pequeño.
Poseo tres tesoros que guardo:
el primero es amor,
el segundo es moderación,
el tercero es humildad.
Por el amor puedo ser valeroso.
Por la moderación puedo ser generoso.
Por la humildad puedo ser el primero.
Pero sin amor no se puede ser valeroso,
sin moderación no se puede ser generoso,
sin humildad no se puede ser el primero.
De otro modo se camina a la muerte.
Quien ataca con amor, vence.
Quien se defiende con amor, es firme.
Quien por el cielo es salvado, le protege el amor.
LXVIII
El buen militar no es belicoso
El buen guerrero no es irascible.
El buen vencedor evita la guerra
El buen conductor de hombres,
se supedita a ellos.
Esta es la virtud de no-combatir
para poder conducir a los hombres.
Este es el modo más perfecto
de unirse a la norma del cielo.
LXIX
Dice un viejo proverbio militar:
«Es preferible ser huésped que anfitrión.
Es preferible retroceder un pie
que avanzar una pulgada».
A esto se llama
progresar sin avanzar,
rechazar sin usar los brazos,
replicar sin herir,
y vencer sin armas.
No hay peligro mayor
que desestimar al enemigo.
Así se arriesga el tesoro.
Por esto, el ejército más afligido por la guerra,
alcanza la victoria.
LXX
Mis palabras son fáciles de comprender
y fáciles de practicar.
Pero nadie en el mundo las comprende,
nadie las practica.
Mis palabras tienen su fundamento
y los actos tienen su dueño.
Pero nadie los conoce y nadie me conoce a mí.
Raros son los que siguen
y éste es el máximo valor.
El sabio oculta bajo pobres vestidos
piedras preciosas en su pecho.
LXXI
Conocer y no saberlo, ésta es la perfección.
No conocer y estimarse sabio,
éste es el mal.
Conocer el propio mal
es liberarse de mal.
El sabio no tiene mal;
porque lo reconoce no lo padece.
LXXII
Si el pueblo no teme el peligro,
le amenaza el peor peligro.
No padezcas por tu casa estrecha,
no padezcas por tu vida pobre.
No permitas la pena y no la sufrirás.
El sabio se, conoce
y no se exhibe.
Se ama a sí mismo
pero no se a recia.
Deja esto y sigue aquello.
LXXIII
El valor del osado le conduce a la muerte.
El valor del prudente le conserva la vida.
Uno es el perjudicado
y el otro el beneficiado.
Del que resulta dañado,
¿quién sabe los motivos del cielo?
Esta es la duda del sabio.
El camino del cielo
es saber vencer sin combatir,
responder sin hablar,
atraer sin llamar,
y actuar sin agitarse.
Amplia es la red del cielo
y de anchas mallas,
pero nada se le escapa.
LXXIV
Sí el pueblo no teme la muerte,
¿Cómo atemorizarlo con la muerte?
Pero si teme la muerte,
lo que siempre teme,
y el que viola la ley puede ser apresado y matado,
¿quién se atreverá a hacer este mal?
La muerte s6lo es propia de un verdugo.
Quien mata en su lugar
es como sustituir al carpintero en el uso de su herra-
mienta,
raro es que no se hiera la mano.
LXXV
El pueblo tiene hambre
porque los monarcas exigen muchos impuestos,
Por esto tiene hambre.
El pueblo se rebela
porque el monarca actúa demasiado.
Por esto se rebela.
El pueblo no teme la muerte
porque vive con dificultad.
Por esto no teme la muerte.
Quien vive con mucha dificultad
no puede estimar la vida.
LXXVI
El hombre al nacer es blando y flexible,
y al morir queda rígido y duro.
Las plantas al nacer son tiernas y flexibles
y al morir quedan duras y secas.
Lo duro y lo rígido
son propiedades de la muerte.
Lo flexible y blando
son propiedades de la vida.
Por esto, la fortaleza de las armas
es la causa de su derrota,
y el árbol robusto es abatido.
Lo duro y fuerte es inferior
y lo blando y frágil es superior
LXXVII
El camino del cielo
semeja a quien tensa el arco.
Humilla lo alto y alza lo bajo.
Rebaja lo que sobra y completa lo que falta.
El camino del cielo
es quitar al que le sobra
y dar al que le falta.
El camino del hombre,
sin embargo, es muy distinto:
quita al que le falta
y añade al que le sobra.
¿Quién ofrece al mundo todo lo que le sobra?
Sólo quien tiene el Tao.
El sabio hace y no retiene,
nada exige por su obra
y oculta su sabiduría.
LXXVIII
Nada hay en el mundo tan blando como el agua.
Pero nada hay que la supere contra lo duro.
Lo blando vence a lo duro,
lo débil vence a lo fuerte.
Nadie desconoce esta verdad
pero nadie la practica.
Por esto el sabio dice:
Aquel que asume todas las corrupciones de un reino,
merece ser su soberano.
Aquel que soporta todos los males de un reino,
puede ser soberano del imperio.
Las palabras de la Verdad parecen paradójicas.
LXXIX
Aunque la paz se haga entre grandes enemigos,
persiste entre ambos el rencor.
¿Es esto un bien?
El sabio prefiere la peor parte de un contrato,
y no se querella con los demás.
El virtuoso se atiene a lo acordado.
El que no tiene virtud persigue su ganancia.
El camino del cielo a nadie favorece,
pero siempre beneficia al hombre bueno.
LXXX
Un reino pequeño, de poca población,
no emplearía todas sus cosas.
Los habitantes temerían la muerte
y no se alejarían en largas expediciones.
Aunque tuvieran bancos y carros,
no los utilizarían.
Aunque tuvieran armas y corazas,
no las mostrarían.
El pueblo volvería a ocuparse
de anudar cuerdas.
Y encontraría sabrosa su comida,
buenas sus ropas,
tranquilas sus casas,
alegres sus costumbres.
En dos reinos vecinos,
tan cercanos que mutuamente se oirían sus perros y
gallos,
las gentes morirían muy viejas
sin haberse visitado jamás.
LXXXI
Las palabras veraces no son agradables,
y las agradables no son veraces.
El hombre bueno no gusta de discutir,
y el que discute no es hombre bueno.
El sabio no es erudito
y el erudito no es sabio.
El sabio no atesora,
y ofreciendo a los demás,
se hace rico.
El camino del cielo beneficia y no perjudica.
La norma del sabio es obrar sin combatir.
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