Metta o amor bondadoso, es la habilidad que nos permite relacionarnos con todo lo que nos irrita o desagrada, tanto de nosotros mismos como de nuestro entorno. Cuando vine a Inglaterra por primera vez, pregunté a la gente: “Practicáis metta?” y me respondieron: “Oh, no podemos soportarlo”. “Bueno, ¿y qué pensáis que es metta?” —les dije—. Me dijeron: “Pues es como cambiar la mente de una forma aduladora, cuando afirmas que lo amas todo”. Se supone que debes intentar convencerte de que amas a tus enemigos y de que te amas a ti mismo. ¿Te imaginas pasar una hora pensando exclusivamente en cómo te quieres?”.
Me di cuenta de que no habían comprendido metta. Metta no es un estado mental idealista. Podemos sentir amor por todos los seres, mientras que nada nos moleste o irrite. Pero si alguien nos insulta o alguna cosa no va bien, mantener ese ideal resulta extremadamente difícil.
Amar versus gustar
La palabra “amar”, tal como generalmente se emplea en inglés, es más o menos sinónimo de “gustar”. Decimos que amamos las cosas —amamos la comida, amamos la bebida, nos amamos unos a otros—. De hecho, lo que queremos decir es que nos gustan las cosas, que nos sentimos atraídos por ellas. Metta se parece más al amor cristiano, aunque también ese amor puede ser muy idealista. El cristianismo indica cómo debe ser nuestro amor por los demás, qué es lo que debemos sentir por ellos. Se nos dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y “ama a tus enemigos”. tQué quiere decir esto? Reflexiona. ¿Te han de “gustar” tus enemigos? ¿Quieres estar cerca de ellos? Definitivamente, no en todas las situaciones el verbo “amar” tiene el mismo significado que “gustar”. En este sentido, “love” es una palabra excesivamente empleada en la lengua inglesa.
Metta no implica necesariamente que te haya de gustar todo. Más bien consiste en no hacer hincapié en lo desagradable o en los defectos de cualquier situación, dentro o fuera de ti. Cuando tienes metta, no te estás cegando con un ideal, sino que tratas de ver el aspecto desagradable de una situación, de una cosa, de una persona o de ti mismo sin añadirle nada. Tu mente deja de pensar: “Lo odio, no lo quiero”. Este es, a mi juicio, el significado de metta.
Recientemente, alguien se me acercó y me dijo: “No consigo sentir metta por cierta persona. A veces, desearía pegarle, desearía hacerle daño y ¡me estoy volviendo loco!”. Yo le dije: “Pero todavía no le has pegado, ¿verdad?, todavía no le has matado”. “No”, respondió. Entonces, estás practicando metta. Es así de sencillo.
Metta y moralidad
El darma del Buda explica claramente que la moralidad está basada en la acción correcta del cuerpo y de la palabra. Sin embargo, reconocemos que no siempre podemos controlar nuestra mente. No podemos decir: “Sólo voy a tener pensamientos bondadosos y afectuosos hacia todo el mundo”. Unicamente podemos intentar evitar los malos pensamientos y los sentimientos de odio, celos, miedo, etc. No obstante, con las acciones del cuerpo y de la palabra es distinto. Podemos comprometemos ahora mismo a no matar a ningún ser. Podemos tomar los cinco preceptos.
También podemos comprometemos a prestar atención a nuestra palabra de forma que, aunque estemos pensando las cosas más terribles, evitemos decírselas a los demás. Por ejemplo, si estoy pensando algo monstruoso, simplemente puedo evitar decírtelo a ti. Eso es metta. El proceso del pensamiento y las sensaciones continúan; los reconozco, pero me niego a actuar física y verbalmente de acuerdo con ellos.
La mente refleja todas las cosas, como un espejo. Y al igual que el espejo, no es dañada por lo que refleja. Un espejo puede reflejar la cosa más fea y desagradable del mundo y permanecer sin mancha. Con la mente ocurre lo mismo. La naturaleza de la mente es pura, pero lo que refleja puede ser impuro, desagradable, vicioso, o puede ser muy bello. Si tratamos de castigar al espejo, o silo destruimos o lo rompemos, nos volveremos locos -entonces estamos realmente atrapados-. La otra alternativa es reconocer que ese reflejo es simplemente tal cual es. Este reconocimiento nos proporciona la habilidad para tratar con los pensamientos y las sensaciones que nos resultan desagradables.
No es difícil sentir bondad hacia las cosas que nos gustan, como los perritos y los gatitos, los niños simpáticos, la gente agradable que dice cosas bonitas, el buen tiempo, etc. No tenemos problemas con todo eso. Pero, ¿qué debemos hacer cuando las personas y las cosas nos resultan desagradables e insoportables? Podríamos quedarnos atrapados en lo desagradable, pensando: “No puedo soportar a esa persona, la odio. Esa clase de personas no tendrían que existir. Ojalá se vaya pronto”. Podríamos hacer eso, ¿no? Sería lo más fácil. Pero alimentar estos sentimientos de aversión no estimula la paz mental.
Percibir la aversión en nosotros mismos
La práctica de metta se empieza siempre con uno mismo. Decimos: “Aham sukhito homi”, que quiere decir “Pueda yo morar en calma. Pueda ser feliz y estar satisfecho. Pueda permanecer en paz conmigo mismo y con todo lo que acontezca en mi mente y cuerpo”. No es difícil estar a gusto con nosotros mismos cuando todo va bien, pero cuando no es así, solemos reaccionar tratando de aniquilar lo que nos perturba.
Muchas personas me preguntan: “Cómo me libero del enfado? ¿Cómo me libero de los celos? ¿Cómo me libero de la codicia y la concupiscencia? ¿Cómo me libero del miedo? ¿Cómo me libero de todo? Quizá podría ir a un psiquiatra; él podría ayudarme”. A veces, practicamos la meditación para liberamos de todas esas mentes que nos hacen sufrir, con la confianza de alcanzar estados mentales gozosos y tener visiones como las que experimentan los bodísatvas, esperando no tener que experimentar todos esos sentimientos desagradables nunca más. Por una parte, tenemos la esperanza y el deseo de ser felices; y por otra, el resentimiento y la reacción de disgusto y de aversión hacia nuestros estados mentales infernales y desagradables.
He visto que los ingleses son muy autocríticos, muy despectivos con ellos mismos, son, justo, las personas que más se autodesprecian, y cuando les pregunto si practican metta, ellos, que realmente necesitan practicarla, son los que dicen que no soportan esa práctica. Es como si necesitaran criticarse siempre para sentir que son realmente honestos con ellos mismos. Nuestras mentes son inteligentes y críticas, así que, cuando nos examinamos, somos extremadamente duros y negativos. Nos criticamos porque muchas de las cosas que hemos hecho en el pasado, aparecen en el presente -recuerdos, tendencias o hábitos- y no son precisamente como desearíamos que fueran. Pero tampoco hacemos lo que creemos que tendríamos que hacer.
Y puesto que nos despreciamos y somos muy críticos con nosotros mismos, tendemos a proyectar nuestras opiniones negativas sobre los demás. Recuerdo que las personas con las que vivía siempre acababan por decepcionarme, porque no eran capaces de comportarse de acuerdo con mis valores, de acuerdo con el modo en que yo pensaba que tenían que comportarse. Veía a alguien y pensaba: “Oh!, por fin he encontrado a la persona perfecta; es tan amable, tan generosa, tan llena de amor”. Más tarde, descubría que también ella tenía su mal genio, sus celos, sus temores; que era posesiva o codiciosa y me sentía decepcionado. “Tendré que buscar a otra persona” —me decía—, “he de encontrar a alguien que sea capaz de vivir según mis elevados criterios”. Pero luego, cuando me examinaba a mí mismo y me preguntaba: “i,Acaso vivo yo de acuerdo con mis ideales’?”, descubría que esas condiciones desagradables que yo criticaba en los demás, estaban también en mí.
Cuando me esforzaba por ser un buen monje, trataba clesesperadamente de vivir de acuerdo con un ideal. Podía hacerlo hasta cierto punto porque, con la vida de restricciones que llevamos los monjes; es difícil irtvolucrarse en actividades kármicas pesadas. No obstante, tenemos que enfrentarnos a los temores y a los deseos emocionales reprimidos —en esta vida nadie se libra de ellos—. Como monjes, hemos de permitir que las cosas más horribles y desagradables de nuestro ser tomen una forma consciente para después enfrentarnos a ellas. En la meditación, hay que estar dispuestos a que todo eso de lo que nos hemos apartado o que hemos rechazado, se manifieste en nuestra consciencia y, para ello, necesitamos desarrollar metta, esa actitud paciente y bondadosa hacia nuestras dudas y temores reprimidos, y hacia nuestro propio enfado.
Cuando recibí la ordenación de monje, me tenía por una buena persona que no se enfadaba mucho y que no odiaba a nadie. Pero después, cuando me puse a meditar, empecé a sentir mucho odio por todo el mundo y llegué a creer que era por culpa de la meditación. Yo había pensado: “Voy a meditar. Viviré solo en la selva, obtendré una paz inmensa y seré capaz de comulgar con los seres celestiales y permanecer en un estado de gozo infinito”. En lugar de eso, durante mis dos primeros meses de meditación como novicio, no hice otra cosa más que sentir una averSión que era incapaz de mitigar. Odiaba a todas las personas en quienes pensaba, odiaba incluso a la gente que amaba, y me odiaba a mí mismo.
Fue entonces cuando comprendí que todo eso no era más que un aspecto de mi ser que había estado reprimiendo rechazando, expulsando de mi consciencia, a causa de la imagen ideal que había construido de mi persona y a la que me había aferrado. Nunca me había permitido ser plenamente consciente de mi odio, de mi aversión, de mis desengaños o de mi desesperación; siempre había reaccionado reprimiéndOlos. Antes de ordenarme como monje me sentía agotado y desesperado por el modo de vida que había llevado —vivía en una sociedad basada en las sonrisas y las palabras agradables y me movía en un entorno social muy superficial—. Así que, nunca había pennitido que el miedo o el odio tomaran una forma consciente. Todos esos sentimientos reprimidos empezaron a surgir en mi consciencia durante la meditación. Ya no podía contenerlos.
Tenía mis resistencias, como es natural, porque con esa clase de condiciones siempre había reaccionado del mismo modo: “,Cómo me libero de ellas?”. “i,Cómo puedo detenerlas?”. “Oh!, no tendría que estar sintiendo esto; ¡es horrible!, después de todo lo que ellos han hecho por mí, todavía les odio”. Estos sentimientos me hacían odiarme a mí mismo. Así que, en lugar de intentar detenerlos, tuve que aprender a aceptarlos. Y practicando la aceptación, mi mente fue capaz de pasar por una especie de catarsis en la que todo lo negativo se manifestaba y desaparecía.
Ser paciente con nuestra aversión
La liberación del sufrimiento, como el Buda enseñó, se logra con la cesación. Nos liberamos del sufrimiento cuando permitimos que lo que ha surgido, cese. Es así de simple. Y para que algo cese tenemos que abstenemos de interferir o de intentar deshacernos de ello. Debemos dejarlo partir. Esto significa que tenemos que tener paciencia. Por lo tanto, metta es también un tipo de paciencia, un estar dispuesto a vivir con las cosas desagradables, sin pensar en lo horribles que son, y sin dejar que el deseo de liberarse de ellas nos domine.
Cuando desarrollas metta hacia ti mismo, primero escuchas lo que realmente piensas de ti. No tengas miedo; sé valiente y observa bien los pensamientos desagradables o los temores que pasan por tu mente. A veces, aparecen montones de pensamientos tontos o absurdos; nada que sea excesivamente malo ni terriblemente negativo o desagradable, tan sólo cosas absurdas e irracionales. Quizá nos gusta pensar que somos personas serias y sinceras, prácticas y sensibles; no obstante, lo que pensamos y sentimos es, a veces, realmente estúpido e inútil. Desearíamos ayudar al Tercer Mundo, construir letrinas en Etiopía, ser de utilidad; así que, sentarse a meditar con toda esta basura apareciendo en nuestra mente, nos parece una pérdida de tiempo. No obstante, he de admitir que ser capaz de permanecer sentado con tu propia basura, es un signo de progreso en el camino. Cuesta mucho dejar que surja en nuestra mente de este modo.
Por lo general, empiezas a pensar en todas las cosas importantes que podrías estar haciendo: “Oh!, no debería estar aquí sentado. Hay tantas cosas que tengo que hacer antes que esto, tantas cosas importantes”. Pero ¿cuánto tiempo de tu vida inviertes en esas cosas tan terriblemente importantes, intentando mantener el mundo en funcionamiento, poniendo todo en orden porque no puedes soportar esa basura con la que tendrías que enfrentarte, si no estuvieras corriendo de un lado para otro continuamente? En la meditación, estableces deliberadamente las condiciones para no tener muchas cosas que hacer. Es un modo de ofrecerte la oportunidad de observar lo que pasa en tu mente cuando no tienes un montón de cosas en las que ocupar tu tiempo. En realidad, es poco lo que hay que hacer: puedes observar tu respiración, por ejemplo. Pero sólo podrás hacerlo durante un breve espacio de tiempo, hasta que te distraigas. Después, puedes observar las sensaciones de tu cuerpo. Ahora te voy a dar otra cosa para hacer: practica metta. Metta es ser paciente, ser amable.
Ser amable
He aprendido a ser amable con las cosas que no me gustan de mí. Yo siempre he sido muy celoso; los celos y la indignación han sido un gran problema en mi vida. Cuando me hice monje, tenía un problema terrible porque odiaba la situación que producían los celos y trataba desesperadamente de liberarme de ella. Cada vez que surgía este sentimiento en mi mente, lo reprimía. Practicaba intentando alegrarme por la persona de la que me sentía celoso. Apretaba los dientes y decía: “Me alegro mucho por ti. Me alegro muchísimo, de verdad”. Pero todavía sentía ese terrible dolor en mi pecho y una verdadera aversión hacia ese estado de celos. Además, tenía el temor de que alguien pudiera darse cuenta de que era celoso. Llegué a tomar toda clase de medidas para que no se notara nada. Me decía: “,No te sientes feliz por tal persona?, ¿no es maravilloso?”. Durante unos años, me esforcé por detener los celos, por reprimirlos, aniquilarlos y, a pesar de todo, mi problema no hacía más que empeorar. Estaba tan mal, que ya no había manera de ocultarlos, y encima, todo el mundo se estaba dando cuenta de ello. Era humillante.
Entonces pensé: “Lógicamente debo de estar equivocándome en alguna parte. Lo he intentado todo. No obstante, a pesar de mis esfuerzos, no consigo eliminar mis celos”. Y en ese momento comprendí que el problema no eran realmente los celos; el verdadero problema era mi aversión a ellos. Ese era el verdadero problema. A partir de entonces, cada vez que aparecían los celos, me decía: “Ah, sí, aquí vienen otra vez, ¡bienvenidos!”. Y era celoso deliberadamente. Pensaba: “Estoy celoso porque tengo miedo de que esa persona sea mejor que yo”. Traía los celos a mi mente, a mi consciencia, los escuchaba. Realmente los observaba y les ofrecía mi amistad. En lugar de pensar en liberarme de ellos, me decía: “Oh!, los celos, mi viejo camarada”. Y aprendí muchas cosas de ellos; es como una señal de peligro, algo que está ahí para prevenirte.
Pero para poder adoptar esta actitud con los celos, tuve que desarrollar metta hacia ellos; ser amable con ellos, estar dispuesto a aceptar su existencia y permitir que cesaran por sí mismos, sin brusquedades, sin tratar de aniquilarlos. Seguía siendo una experiencia desagradable —los celos nunca llevan consigo un estado mental agradable—, pero se puede soportar y uno puede ser amable con esa situación. No se trata de darles un codazo para que desaparezcan, sino de analizarlos profundamente. Hay que ser plenamente consciente de ellos y observarlos hasta que cesen. Y desaparecen en la cesación, porque no son algo que permanezca en la mente. No es algo personal; es como un reflejo que pasa por delante del espejo; simplemente hay que ser paciente hasta que el reflejo haya pasado de largo.
Pregunta: Me gusta lo que usted ha dicho sobre metta, sobre la amabilidad, el no aferramiento. ser altruista, apacible. No obstante, todo esto —ser amable, permanecer ecuánime y soltar— me produce cierta intranquilidad. Temo que si lo pongo en práctica, todos los demás van a pisotearme. ¿No cree que es un poco peligroso? Que si simplemente eres amable, todo el mundo te va a humillar.
Respuesta: Bueno, si eres estúpido, indudablemente todo el mundo va a pisotearte. Si piensas que la amabilidad es una simpatía sentimental que aplicas del mismo modo a todas las situa— ciones, entonces, evidentemente no te funcionará. No le funcionaría a nadie y, cuanto más lo intentes, más ridículo serás. La gente no te respetará porque no será el auténtico metta. El verdadero metta es fuerte, y es una respuesta apropiada a la vida. No es un tipo de simpatía suave sino un estado de alerta, una sensibilidad ante el dolor, el placer y otras situaciones que tenemos que soportar.
Metta no es discriminativo; ésa es su cualidad. Debido a la discriminación y al discernimiento, tendemos a hacer hincapié en lo que no nos gusta y creamos problemas por cualquier cosa, por cualquier injusticia que nos ocurra a nosotros o a los demás. Tener metta no significa pretender que todo va perfectamente, consiste, más bien, en no crear problemas, no mezclar el dolor o la fealdad del momento con la aversión que surge de la ignorancia. Es la habilidad de ser paciente y aceptar el fluir de la vida tal como viene. Verlo todo desde un punto de vista negativo es un extremo. El otro es tratar de pretender que todo va estupendamente siempre; esta pretensión proviene de un estado mental confundido.
El verdadero metta y la sabiduría genuina trabajan juntos. Cuando nuestras respuestas a la vida no surgen de la ignorancia, es posible que no sean necesariamente alegres; puede que sean bastante duras e incluso airadas, pero, incluso así, pueden estar impregnadas de metta. Esto significa que son respuestas apropiadas y no simples reacciones que surgen del deseo y del temor.
Metta puede ser una bofetada o una caricia. Pero metta no se encuentra ni en la bofetada ni en la caricia; se encuentra en la sabiduría de la mente que impulsa la acción.